"...Le gustaba incluso el caprichoso ascensor, porque le permitía unos momentos de soledad. Hasta en el coche se encontraba a gusto, porque allí nadie la mirara. Soledad: dulce ausencia de miradas.
(...) Supo desde entonces que las miradas son como una carga que te aplasta por el suelo, o como besos que te absorben la fuerza; que las arrugas que surcan el rostro han sido grabadas por el estilete de las miradas".
(...) Supo desde entonces que las miradas son como una carga que te aplasta por el suelo, o como besos que te absorben la fuerza; que las arrugas que surcan el rostro han sido grabadas por el estilete de las miradas".
La Inmortalidad, Milan Kundera